miércoles, 9 de abril de 2014

Fábulas de hoy y de siempre: El cuento del gato y la zorra.


El gatico defendiéndose de la zorra.
Hace mucho tiempo, cuando el mundo era un lugar mucho más apacible y los animales vivían sin ser molestados por el hombre. Vivía feliz en ella un gato negro. Bueno, no era negro por completo; su madre gata era blanca como las nubes y su padre, era un gato negro como una noche de luna muerta.
Nuestro amigo el gato vivía una existencia apacible: cazaba, jugaba, y a veces bebía de arroyos cercanos con sus colegas felinos.

Cierto día se cruzó en su camino una zorra. Cuyas trazas de malicia por la que el gato, como todo buen felino curioso, sentía cierta atracción.
Aunque la zorra parecía tener problemas con casi todos los animales que la rodeaban, el gato se hizo su amigo y aquella amistad desembocó en amor.


Era un amor extraño, el gato jamás se había enamorado de una zorra así, y la animadversión entre felinos y caninos jamás importaron entre ambos.
Pasaron dos años y juntos decidieron crear un hogar en un lugar bañado por el mar. Resultaba irónico que el gato insistiera en elegir ese idílico paraje con sierra y mar para vivir, pues el gato, amaba al mar más que a la tierra misma. Aquel lugar tenía un paraje precioso, con una bella tierra en la que el gato se sentía feliz, y un precioso mar en el que, cuando podía, solía bañarse y disfrutar de él. Estaba situado próximo a la capital de la comarca dónde vivían y, al mismo tiempo, estaba alejado de la vorágine del bosque principal que fluía con el bullício de las diferentes especies animales que convivían en armonía en aquel remoto pasado.

Los años pasaban felices para ellos, a pesar de que poco a poco el gato, veía como la zorra iba dejándose llevar por su espíritu repleto de maldad. Reñía con casi todos los animales frecuentemente y siempre culpaba a los demás de esas riñas. Aún así, el gato estaba enamorado y no tenía ojos para ver lo que otros animales si veían.
La zorra, cada vez más frecuentemente, demostraba que su amor por el gato no era más que conveniencia y se mostraba incapaz de manejar los sentimientos que el gato profesaba por ella. El felino incluso dudó de sí mismo durante un tiempo. Pensó que aquello no funcionaba por su culpa, que quizá algo no hacía bien. Finalmente, encontró la verdad y se dió cuenta de que suya no era la culpa.

Quizá no fuese de nadie, quizá la forma de ser de esa zorra no era compatible con la suya y la suya a la de ella. Más no podía seguir negando que habían muy pocas cosas que les unían; si acaso, lo hacían bienes materiales y una camaradería que el tiempo se había encargado de crear. Aún pues, no podía obviar que había infinidad de cosas que les separaban cada vez más sin remedio alguno.

Pasaron siete largos años y el gato terminó por comprender que no deseaba pasar el resto de sus días con una zorra rebosante de malicia. Agotado de poner de su parte, y de observar que a ella le importaba muy poco la relación si se mantenía la madriguera a su gusto; el gato se armó de valor y expresó en diversas ocasiones que las cosas entre ellos debían cambiar. Que necesitaba sentir que había algo más entre ellos que facturas y una madriguera en común.

Como un río que ve decrecer su cauce, el gato era consciente de que no tenía sentido prolongar una relación que no iba a ir a mejor, así que, finalmente, comunicó a la zorra su intención de terminar esa insana relación si no cesaba en su forma de entender la vida juntos.
Pero la zorra llevada por su inmaduro orgullo rechazó cualquier posible solución al problema planteado, bueno, si había solución en su pequeña mente envenenada de ira.
Si el gato se arrastraba a sus pies y se disculpaba, quizá podría olvidar esa afrenta hacia ella.

La zorra esgrimió unas lágrimas de cocodrilo que pronto se tornaron en odio, rencor y deseo de venganza. Primero le dijo al gato negro que se quedaría con la madriguera por que le gustaba vivir allí. El felino accedió pues, aunque le dolía dejar su hogar, no quiso prolongar más tiempo aquella exasperante situación.

Así pues, el gato negro debía buscar un nuevo lugar al que llamar hogar pero no iba a permitir que la zorra, que pretendía especular con la propiedad y sacar beneficio de ello, se apoderara de el dinero que le había regalado su madre gata, y que él había gastado en reformar la madriguera; ese mismo lugar que ya no sentía como su hogar.

La zorra decidió entonces recurrir a sus malas artes y amenazó al gato con denunciarle al consejo animal, que gobernaba en aquellos tiempos sobre todas las criaturas vivas, por robarle la carreta que él usaba para desplazarse por los peligrosos caminos de la comarca si no dejaba la madriguera por mucho menos dinero del que él había aportado.
El gato consideró una traición aquello, pues la carreta la había comprado él. Se maldijo para sus adentros por ser confiado como un cordero camino del matadero, y haber dejado la idenficación de la carreta a nombre de la zorra.

Podía haber obrado de otra manera, por supuesto. De hecho, pudo doblegarse y rendirse ante esa aberrante injusticia. Pero la naturaleza  indomable del gato le impedía rebajarse ante amenazas, por muy extremas que fueran. Así pues, no se rindió e hizo caso de lo que su corazón le decía que era justo y no movió un ápice su postura.
Dicho y realizado; con la mentira como aliada y amiga, la zorra cumplió su amenaza.

Al día siguiente, el gato fue acosado por el consejo animal día y noche, pero él no se rindió. No entregó su carreta, la cual consiguió ocultar de las autoridades animales en un pajar.
Después informó a las autoridades sobre la verdad del asunto por el que era reclamado.
Que todo no era más que un vil chantaje fruto de la frustración de la zorra, pero por supuesto, él, como gato macho, tenía menos credibilidad que una zorra falsamente compungida.
Mas sus alegaciones cayeron en saco roto.

De todos modos, el gato no se dejó intimidar y argumentó que la carreta la había dejado en la puerta de la madriguera y que la zorra se la había llevado. Es más; el gato aseguró que lo habría hecho para alimentar la pantomima y forzar su rendición.

La zorra, que tenía el tiempo en contra, no tuvo más remedio que retirar su mentira ante el consejo animal si quería que el gato accediera a resolver los asuntos con respecto a la madriguera.
Aunque maldita por su indecencia, se ganó el hogar por el que había traicionado al gato a costa de su escasa dignidad que se evaporó como agua derramada en el desierto.

Y en cuanto al gato: Venció a la mentira, consiguió legalmente su carreta, pues ya era suya en alma. Logró abandonar su antigüo hogar con todo el dinero que había invertido y, lo más importante de todo para él:
Recuperó la libertad de una relación malsana y tóxica.

Aunque el gato perdió su madriguera. Pronto encontraría su hogar en aquel mundo remoto....pero eso es otra historia que sigue reverberando como un lejano eco que perdura en la memoria de quienes saben escuchar.


Las situaciones y personajes aquí retratados son ficticios. Cualquier parecido con la realidad pasada, presente o futura es pura coincidencia XD


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